El fracaso escolar

El niño desde los primeros días de su vida se lanza a la exploración de su cuerpo, de su entorno. Lo habitan el deseo de saber, la necesidad de comprender, de asimilar ese mundo que lo rodea y desconoce. Se asoma la curiosidad, las ganas de descubrir, la adquisición de otros saberes. Desde este aprendizaje espontáneo, bajo la modalidad del juego en la infancia, el niño posteriormente, se encuentra con otro tipo de saber: el escolar. Justo ahí, con frecuencia hay una dificultad de entrar en ese nuevo sistema de adquisición de conocimientos, dejando a la luz la problemática del fracaso escolar articulada a su vez con alguna disyuntiva en su posición subjetiva y con los otros.

Algunos profesionales de la salud hacen lectura del fracaso escolar en tanto resultado de los problemas de aprendizaje, sin embargo, el fracaso escolar, sin dejar de lado la realidad de la existencia de los problemas de aprendizaje, no se puede reducir a una prueba de capacidad cognitiva más baja que la del promedio sino que ésta revela una problemática emocional del sujeto.

Anny Cordié, psicoanalista francesa propone que “el deseo de saber (...) está entonces inhibido, golpeado por la interdicción cuando el conocimiento amenaza el equilibrio del sujeto” es decir el fracaso escolar muestra una verdad del sujeto entreviendo el sufrimiento en el que habita él.

El costo para el sujeto, en la tentativa de equilibrio subjetivo, es la imposibilidad de insertarse en el mundo educativo quedando expuesto a los avatares de la exclusión, de la violencia, de las drogas, etc. De allí, la importancia de crear vías para sostener el engranaje simbólico que implica el soporte educativo.

Seguimos a Cordié, “para que un niño aprenda, es necesario que lo desee, pero nada, ni nadie puede obligar a alguien a desear. El lenguaje popular lo dice: el deseo y el amor no se ordenan” Aprender implica un deseo, un proyecto, una perspectiva, no es solamente comprender. Es elaborar el saber que es propuesto y crear algo distinto.